En 1967, el portugués Antonio do Sa cuenta cómo debió su regreso a la fe a Nuestra Señora de Fátima:
“Crecí en una familia creyente, pero a la edad de quince años, comencé como aprendiz de un jefe masón y en poco tiempo perdí la fe por completo. Solo tenía una vaga aspiración por lo espiritual. Finalmente me convertí en pentecostal.
A los 39 años, fui empleado en un taller de Lisboa, con un jefe muy diferente al primero. Casado civilmente, tuvimos 3 hijos no bautizados. Se hablaba cada vez más de las apariciones de Fátima, pero eso no me interesaba; yo no lo mostraba demasiado para no disgustar a mi jefe que era muy religioso. Él nos propuso un día ir juntos a Fátima en una peregrinación... Sin atreverme a decir que no, pero avergonzado interiormente, me inscribí.
Fuimos y, entre otras cosas, tuve que participar en una procesión con velas. Yo había comprado una. ¡Y aquí es donde me esperaba la Santísima Virgen! No había viento, ¡pero me era imposible mantener mi vela encendida!, en cambio los otros ¡conservaban encendidas las suyas! Al final del cuarto intento, sentí un arrebato de ira y pensé que la Virgen María no quería mi homenaje. Me invadió un sudor frío y caí de rodillas, pero sin ninguna oración en los labios.
De vuelta a casa, le conté todo a mi esposa. Juntos llegamos a la conclusión de que no podíamos seguir viviendo como paganos. Regularizamos nuestro matrimonio y bautizamos a nuestros hijos. Hoy vivimos como cristianos ¡y somos felices! Creo que esta gracia me fue obtenida por mi madre: ¡rezaba todos los días su Rosario por mi conversión!”.