La Asunción no solo nos dice que María ha subido al cielo, sino que no permanece allí en una beatitud pasiva. Escucha a su Hijo, “en agonía hasta el fin de los tiempos” (según la intuición de Blaise Pascal) y sigue siendo el modelo que no solo Ella nos propone, sino que también desea y pide que nos sea dada la gracia de seguir. Y nuestra esperanza es su destino, que no se limita a encontrar la felicidad con Dios, sino a llevar a nuestro prójimo a encontrarla también.
Sin duda, el culto a la Virgen María no es un accesorio folklórico ni una tradición marginal. No es una forma entre otras, sino el medio que se nos da para comprender plenamente quiénes somos y cuál es nuestra vocación como seres humanos que necesitan un Padre y una Madre en el cielo.
Y si ese culto tiene una parte de sentimentalismo, incluso de ingenuidad pueril, ¡tanto mejor! Regocijémonos: demuestra que no somos ideólogos secos, porque es a los niños y a los sencillos de corazón a quienes se promete el Reino (Mateo 18, 1-5), así como a los que sienten que, en María, la Sabiduría Divina tiene el trono que la hace visible. En María, de hecho, incluso los sabios y otros miopes que se creen inteligentes pueden ver y reconocer la Sabiduría Divina sin volverse necios, todo lo contrario.
Jean Duchesne: director administrativo de la Academia Católica de Francia y uno de los fundadores de la edición francesa de la revista Communio