En 1637, en Francia, dos hombres influyentes de la sociedad de Marsella que tenían un proceso entre sí después de varios años sin poderlo terminar, decidieron presentar su disputa ante la jurisdicción de Grenoble. Estaban decididos a arruinarse mutuamente, tanto materialmente como en su reputación, con tal de salir del laberinto legal en el que se habían metido.
En su camino pasaron por la pequeña ciudad de Bargemon, en Haute-Provence, y decidieron encontrar una posada para pasar la noche. Conociendo la reputación de Nuestra Señora de Bargemon, fueron a visitarla a su santuario en el centro del pueblo. ¡Apenas se arrodillaron ante la Virgen, sintieron el deseo recíproco de terminar su disputa amistosamente y regresar a casa sin ir a Grenoble!
Y como la Santísima Virgen no hace nada a medias, los hizo conocer a un religioso que, en poco tiempo, resolvió la disputa legal que les había enfrentado durante tantos años. Los dos hombres regresaron a sus hogares en gran amistad, ante el asombro de los ciudadanos y de todos aquellos que esperaban la ruina inevitable de sus familias. Porque a la Virgen María en su santuario de Bargemon, "no le importan menos los bienes de la fortuna que los de la mente y el cuerpo", informa en sus crónicas el hermano Rafael. El padre Agustín Déchaussé estaba a cargo de la capilla de Bargemon en aquel momento.
Tomado de Le Trésor inconnu (El tesoro desconocido), hermano Raphaël, Editions Benedictines, págs. 91-92