Sin duda, el encuentro entre María y Jesús, en la madrugada del domingo siguiente a su colocación en el sepulcro, fue demasiado íntimo como para que nos fuera relatado. Pero podemos meditar en él con san Vicente Ferrer. Él nos ofrece una descripción algo ingenua de la actitud de María, a través de la cual podemos descubrir su confianza inquebrantable en las palabras de su Hijo y su comprensión del misterio de Jesús a la luz de las Escrituras:
La Virgen estaba absolutamente segura de la Resurrección de su Hijo, ya que Él la había predicho abiertamente; pero Ella desconocía la hora que, de hecho, no aparece determinada en ninguna parte. Pasó la noche del Sábado Santo, que le pareció muy larga, reflexionando sobre el posible momento de la Resurrección. Sabiendo que David, más que los otros profetas, había hablado de la Pasión de Cristo, recorrió el salterio, pero no encontró ninguna alusión a la hora. Sin embargo, en el Salmo 56, David, hablando en la persona del Padre a su Hijo, dice: "Despierta, mi gloria, despierta mi arpa y mi cítara". Y el Hijo responde: "Me despertaré al amanecer...". Dejo a su imaginación pensar con qué apremio la Virgen María se levantaría a ver si ya amanecía cuando supo la hora de la Resurrección.