El tiempo de Pascua nos ofrece muchos relatos sobre apariciones de Jesús resucitado a los primeros cristianos, pero un personaje parece olvidado, relegado a las sombras o, más bien, discreto en su silencio. La Virgen María: a los pies de la cruz, presente en la primera comunidad reunida en el Cenáculo; pero, ¿dónde se encuentra durante la Pascua? Las Escrituras parecen tender un velo de pudor sobre lo que debe haber sido el encuentro más conmovedor entre la Madre y su Hijo vencedor de la muerte.
Pero la piedad popular ha llenado este vacío y los escritores autorizados se han sumado a ella: en sus Ejercicios Espirituales, cuando llega al misterio de la Resurrección, san Ignacio de Loyola aconseja meditar sobre Jesús que se aparece a la Virgen María. A pesar de que las Escrituras no lo mencionan, es obvio, cuando se dice que se apareció a muchos otros. Al mismo tiempo, santa Teresa de Ávila tuvo una revelación privada: Jesús me dijo que, habiendo resucitado, había ido a ver a Nuestra Señora porque Ella lo necesitaba mucho: que el dolor la había traspasado completamente, que Ella aún no volvía en sí para disfrutar del gozo [de la fe]; y que él había estado con Ella mucho tiempo, porque era necesario consolarla.