En los siglos XI y XII, según la tradición, un icono apareció sobre las olas y se posó suavemente en la costa del monte Athos, cerca del monasterio de Iviron (Grecia). Un icono que representaba a la Madre de Dios con el Niño en un brazo y, con la otra mano, lo mostraba como “el camino, la verdad y la vida”.
Los monjes lo llevaron al “catholicon”, la iglesia situada en el centro de los edificios monásticos. Pero el icono, al día siguiente, había desaparecido. Lo encontraron en el umbral del gran portal. Como el hecho se repitiera, edificaron allí un pequeño santuario para colocarlo. Luego le dieron el nombre de la Portaitissa: la que guarda la puerta.
Pasaron los siglos... Alrededor de 1980, en la ermita de la Natividad, se abre un taller de iconos. Lo primero que se pintó allí fue una copia gratuita de la Portaitissa.
El mismo día, un chileno, José Muños, que se convirtió en ortodoxo, profesor de Historia del Arte en Montreal, fue a Monte Athos para ponerse en contacto con un monasterio de iconógrafos. Entonces descubre la ermita de la Natividad, se le muestra el taller y se queda sorprendido, conmovido, frente a la imagen de la Portaitissa. Sucede que nos encontramos con un icono como cuando nos encontramos con alguien que te ama y que amaremos: una revelación, una visión. La castidad monástica predispone a estos “flechazos” espirituales. (...)
Olivier Clément: Escritor, poeta y teólogo ortodoxo francés
France Catholique del 30 mayo 1986 (original en francés)