En Brasil, en la década de 1930, un franco-masón se encontraba en transe de muerte. Sus allegados lo vigilaban estrechamente para evitar que entrara un sacerdote. Tres veces se presentó un sacerdote y tres veces fue despedido sin avisarle al enfermo.
Sin embargo, el moribundo empeoraba y perdía el conocimiento. Se pensó que había muerto cuando, de pronto, quienes le rodeaban, llenos de terror, lo vieron de pie en su cama, pidiendo ayuda y amenazando a quienes le rodeaban:
“¡Miserables! ¡Sí, ciertamente hay un infierno! ¡Yo estaba a punto de ser ahí precipitado cuando una dama blanca me detuvo al borde para darme tiempo de confesarme!”.
Luego, dirigiéndose a su hermano y a su esposa:
“¡Miserables! ¡Ustedes dos fueron quienes rechazaron al sacerdote que vino tres veces a verme para salvarme del infierno y abrirme las puertas del Cielo! ¡Tú, mi hermano, debes saber que no eres el amo de esta casa! ¡Que mi esposa vaya pronto a buscar al sacerdote! ¡Quiero confesarme!”.
El franco-masón se confesó con alegría y expiró.
Extracto de una carta del padre E. Mauran, franciscano.
De El Rosario de los niños (Le chapelet des enfants)