En el centro del Piamonte, Italia, se encuentra el pequeño pueblo de Ivrea, que alberga la casa madre de una congregación de religiosas. En esta casa se venera una pintura de la Virgen María cuya historia merece ser contada. Esta pintura consiste en un cuadro de forma ovalada, de unos 30 cm de largo, en el cual está pintada una Virgen Inmaculada que aplasta la cabeza de una serpiente.
En 1859, el cuadro formaba parte de un mobiliario en venta, depositado en Turín en la casa de un valdense llamado Albert Pizio. El 8 de diciembre, unos amigos llegaron a comprar algunas piezas de dicho mobiliario. Uno de los dos amigos, al ver la escena religiosa, se burla de Albert Pizio que la había conservado y, al ver un hacha allí, la toma para destruir la imagen.
Los primeros dos hachazos no tienen efecto. Luego, furioso, le asesta un tercer golpe tan fuerte que el hacha se rompe mientras la pintura resiste. Al ver el fuego encendido en la chimenea de la habitación, el desquiciado arroja el cuadro que comienza a arder. Pero, oh sorpresa, el fuego solo quema los bordes y respeta la imagen sagrada que no sufre ningún daño. Poco después, la esposa de Albert Pizio, también valdense, rocía el cuadro con alcohol y le prende fuego. El resultado es el mismo y la imagen de la Virgen Inmaculada permanece intacta.
Los maridos conmovidos contaron el hecho a un sacerdote, que les aconsejó llevar la pintura a las religiosas vecinas. La pintura permaneció allí hasta 1942 cuando, durante el bombardeo de Turín, fue llevada a Ivrea, donde todavía es venerada por la gente del lugar.
J-P. Osmont en Présence de l'Invisible