En el norte de Italia, a principios de 1830, en un suburbio de Turín, un joven solía visitar todos los días, en la iglesia cercana, una imagen de la Santísima Virgen, Madre de los Dolores, traspasada por siete espadas.
Una noche, tuvo la desgracia de cometer un pecado mortal. Habiendo ido a la mañana siguiente a visitar a la Virgen Madre de las Penas en su altar habitual, se sorprendió al ver, en lugar de siete, ocho espadas en el Corazón de la Santísima Virgen.
Mientras consideraba este prodigio, una voz le sugirió que era su pecado el que había agregado esa octava espada. Molesto y arrepentido, inmediatamente se confesó y recuperó la paz del corazón. Lleno de gratitud a la Santísima Virgen por su intercesión, volvió a la vida de la gracia.
Extracto de Las Glorias de María de san Alfonso María de Ligorio.