La Encarnación no habría sido posible si la naturaleza humana concreta que el Verbo debía asumir no hubiese sido purificada: Él necesitaba por fuerza una virgen perfecta e inmaculada (Homilía 52,6) (1).
María es el punto final de un proceso de purificación a lo largo de la historia y de todas las generaciones. Todo está preparado con miras a María: “todas las Escrituras divinamente inspiradas están escritas mirando a la Virgen Madre de Dios” (Homilía 53,8).
María misma tiene su propio camino de máxima preparación, del cual san Gregorio Palamas, monje del Monte Athos y más tarde Arzobispo de Tesalónica, hace una descripción a partir de su propia experiencia monástica:
"María eligió vivir oculta a los demás, consumiendo su tiempo en el santuario, donde se mantuvo libre de todo lazo material; (...) unificando así todo su ser en el espíritu, mediante la atención y la oración divina continua. Al concentrarse en su vida interior, se elevó por encima de la diversidad de formas representadas por razonamientos. (...) Intuyó un nuevo camino al Cielo que podríamos llamar ‘silencio del espíritu’.
Al unir su mente a este silencio, se elevó por encima de todas las criaturas y vio la gloria de Dios de un modo más perfecto que Moisés, vio la gracia divina que no se puede entender de manera perfecta con los sentidos, pues es un espectáculo sagrado, reservado solo para almas y ángeles puros: y, debido a que se dio cuenta de esto, se convirtió (...) en el agua de la vida verdadera, en el amanecer del día místico y en el carro de fuego de la Palabra" (Homilía 53, 59).
Y en su homilía 53,12, san Gregorio Palamas se maravilla: "Lo que Cristo es por naturaleza, la Virgen lo es por gracia".
(1) Todas las citas han sido tomadas de las homilías de san Gregorio Palamas (1296-1359)
Marie de Nazareth