Dulce es el nombre de María, que en todas partes hace derretirse en devoción a la Iglesia de los fieles. Dime, te ruego, de dónde vienen esos suspiros y el murmullo y la postración de la multitud devota cuando está en la Iglesia, cuando un clérigo pronuncia el nombre de María. Es como un dátil lleno de miel y dulzura entre nosotros...
Dulce es la imagen de María, que los artistas hacen con tanta magnificencia, con tanto celo y tanta bondad, prefiriéndola a otras imágenes de santos, y que los fieles con tanto gozo veneran más que a todas las demás. ¿No ves que en las iglesias hay muchas imágenes de María, signo —obviamente— de que todos los corazones deben estar llenos de su dulce recuerdo?
¡Aquí están los dulces frutos de la palmera! ¡Estos son los dátiles que María ha distribuido en la tierra de los moribundos! ¿De qué calidad serán los que Ella distribuye a los ciudadanos de arriba en la tierra de los vivos? ¿Dónde la veremos, ya no en su imagen de oro o marfil, sino frente a frente, en su cuerpo santísimo? ¿Dónde veremos su rostro con nuestros propios ojos, que tanto tiempo han deseado verlo aquí abajo llorando? ¿Dónde nos sentaremos con nuestra Madre, de quien ahora estamos tan lejos? ¿Dónde podremos hablar no de Ella, sino con Ella? ¿Dónde nos abandonaremos a su gloriosa presencia? ¡Oh! ¿Cuándo sucederá esto?
San Alberto Magno (1200-1280)