Cuando en 1946, la estatua de Nuestra Señora de Fátima fue llevada en procesión de Bobarral a Lisboa (Portugal), dos amigos se encontraban entre la multitud que ovacionaba la Virgen. Miraron al cielo:
Tres palomas, dieron vueltas en el aire y en picada se colocaron juntas en el zócalo, al pie de la Madona. Hubo, entonces, gritos de alegría salvas de morteros, pero los pájaros no se asustaron. Una lluvia de flores cayó, y las palomas no se movieron. Se acurrucaron junto a la estatua y ahí se quedaron durante horas, agazapadas, inmóviles, dejándose alimentar por la multitud, sin abandonar su lugar.
El 6 de diciembre de 1946, durante la misa solemne, una paloma se instaló sobre la corona de la Madona, como símbolo del Espíritu Santo. Y durante la distribución de la Sagrada Comunión a 4000 fieles, se volvió hacia el altar extendiendo sus alas y se quedó en esta actitud de adoración hasta el final.
La multitud la miraba, con asombro y admiración.
Maria Siegt n°5 1976
Recueil Marial 1978 del Hermano Albert Pfleger, marista