Después de la muerte de su hijo, Santa Brígida fue transportada a un vasto y magnífico palacio. Ella vio a Jesucristo sentado en su patio y rodeado por una innumerable corte de ángeles y santos. A su lado estaba Su Santísima Madre, que escuchó atentamente el juicio.
Ella vio a los pies del Juez, en forma de un niño recién nacido, el alma del difunto, temblando, incapaz de ver u oír lo que estaba sucediendo, pero teniendo la percepción íntima. A la derecha del Juez y cerca del alma estaba un Ángel; el diablo estaba a la izquierda; pero ninguno de ellos tocaba al alma.
El demonio se puso entonces a gritar: Escuche, Juez Todopoderoso. Tengo que quejarme de una mujer que es a la vez mi Soberana y tu Madre, a quien tu amor ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra, y sobre nosotros, demonios del infierno. Ella me ha robado injustamente el alma que aparece ante ti. Porque, en buena justicia, tenía el derecho de aprovecharlo en el momento de su salida del cuerpo y traerlo, con mis compañeros, a su tribunal. Ahora, oh juez, el alma no salió del cuerpo, por así decirlo, que esta mujer, tu madre, la tomó, la cubrió con su poderosa protección y te la presentó.
Tomado de la Vida de Sta. Brígida, tomo II ch XXXI