“En mi vida, la Virgen María ha estado presente desde el primer día, y sin duda antes de mi nacimiento cuando mi mamá, cuando mis padres le confiaron la vida que se anunciaba.
Con ella, he tenido siempre una relación sencilla, con momentos fuertes, por supuesto, como mi primera peregrinación a Lourdes para el centenario de las apariciones cuando la Basílica San Pio X terminaba de construirse. Después fue el descubrimiento de Fátima, en el camino que nos llevaba de Marruecos a Francia de vacaciones y la festividad de Nuestra Señora de la Bouzanne, el 15 de agosto en Aigurande, lugar de origen de nuestra familia en Berry…
Ningún momento excepcional. Salvo uno. Tenía yo 15 años. Vivíamos en Joinville Después de una confesión en Santa Ana de Polangis, mientras hacía mi penitencia – debí rezar algunas Ave María – al llegar a “ahora y en la hora de nuestra muerte” le confié mi vida de una forma clara, precisa y decidida. “pero ¿qué será mi vida?” Y la respuesta fue clara: ¡sacerdote! Esa certitud yacía en mi desde hacía mucho tiempo, pero en ese momento tuve la impresión de verla sellada, bajo la mirada de la Virgen María.
El rosario… Sí, es un buen compañero en todo momento, particularmente a la hora de una enfermedad. Un día en Lourdes, en una “Frat”¹ con uno de mis amigos –éramos sacerdotes jóvenes- le dije: “Necesito comprar un rosario, el mío está dañado” Entonces mi hermano me responde: “Es la primera vez que veo a alguien ¡estropear un rosario!”
Lo recé en francés, en latín, en español en malgache… según las épocas. Ahora, para no equivocarme en el número de Ave María, cada decena la rezo en diez lenguas diferentes, según un orden bien determinado: con Padre Nuestro y Gloria, ¡son doce! De esta forma siempre se dónde voy.
Sobre todo, veo la mirada de María en mi vida, en los otros, en la gran familia de la Iglesia, y en el mundo. Una mirada pasible y pacífica, silenciosa. El momento que me fascina de su vida, además de su rostro sorprendido a la hora de la Anunciación y su camino hacia la casa de Zacarías y su encuentro increíble con Isabel, donde exulta la alegría con el Magnificat, es la noche del Viernes Santo y el día sábado. Los ojos fijos, sobre la tumba donde acaba de dejar el cuerpo de Jesús, ella no consigue irse. Con delicadeza, el discípulo amado, la toma del hombro y le murmura al oído: “Vamos a casa”. Trato de seguirlos minuto a minuto: en el camino, a la llegada. ¿Logran comer esa noche? ¿Logran hablarse María y Juan? Tengo la impresión que en un momento ella mira al discípulo preguntándole dulcemente “¿Y Pedro?” Él responde inmediatamente “Voy a buscarlo”.
Poco después, Pedro llega: el Evangelio dice que efectivamente, ahí está, en la mañana de Pascua, ya que Pedro y Juan corren juntos hacia el sepulcro. Veo a Pedro deteniéndose en la entrada, más que avergonzado, herido por su cobardía de negar a Jesús tres veces. Se da cuenta, en la mirada de María, que es comprendido, perdonado… verdaderamente y siempre amado. ¡Debe retomar su lugar! Las palabras y los compromisos de Jesús no pierden fuerza por nuestros pecados y nuestra traición.
Para María, es una convicción; Isabel se lo había dicho saludándola con estas palabras: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. (Lc 1, 45).
Eso es lo que me fascina más en la Virgen María: ¡Cómo hace para perseverar en la Palabra de Dios, cuando ve exactamente todo lo contrario de lo que le habían prometido y anunciado! Cuando Jesús estaba en la cruz, ella recordaba las palabras del ángel: “El será grande”, “El será llamado Hijo del Altísimo”, “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre”; “Reinará por siempre”…. Ella continúa creyendo en la verdad de esas palabras… imposibles. Y cuando tiene delante de ella a un Pedro triste y apesadumbrado, ella sabe que él es Pedro y que sobre “esta Piedra” Jesús edificará su Iglesia. ¡La fe de María!
Agradecemos al Cardenal Barbarin el haber aceptado escribir este texto para Un Minuto con María.
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(1)La Frat es una reunión anual de jóvenes cristianos de L’Ile de France (Paris y su área metropolitana) Su nombre completo es La Fraternel.
Philippe, Cardenal Barbarin
Arzobispo de Lyon, Primado des Gaules (Francia)