En el Siglo XII un monje de la región de Soissons (Francia), lleno de amor por la Virgen María, cada vez que tenía tiempo libre, le iba a rezar durante horas al pie de su imagen santa.
Un día enfermó súbitamente de una enfermedad extraña. Tenía espasmos dolorosos pulmonares y continuos que le impedían hablar. Además se volvía horrible, la cara llena de granos, como un monstruo. Nada lo aliviaba, sufría una verdadera pasión. Al punto que un día viéndolo lívido como un cadáver lo creyeron muerto y empezaron a preparar sus funerales.
Pero la Virgen María no olvidaba a su servidor. Se le apareció y limpiando sus heridas con su leche le dijo: “Nada temas. Ya que tú me has servido fielmente, no dejaré que mueras tan mal. Vas a ver si yo sé amar”. Tocando ligeramente la carne viva: “Estás curado agrega ella. En el Paraíso te reservo un lugar para el momento en el que tu espíritu se separe de tu cuerpo.” Después se retiró.
Cuando los monjes regresaron y vieron levantarse a aquel que se disponían a enterrar se alarmaron: “¡Ah!, dijo el paciente, ¡hombres sin doctrina y de poca fe! Son ustedes los que con su ruido y su clamor hicieron partir a Nuestra Señora Santa María.” Constatando la evidencia del milagro toda la comunidad se apresuró a dar gracias al Rey del Cielo y a su Madre cantando las santas alabanzas.
Gautier de Coincy