25 diciembre – Natividad de Nuestro Señor Jesucristo

Cuando la propia Virgen María evoca el nacimiento de Jesús (II)

En El Evangelio tal como me fue revelado, de María Valtorta, la Virgen María, que muchos años después regresa a la gruta de Belén con Jesús y sus apóstoles, recuerda el momento del nacimiento de su Hijo, mostrando los lugares precisos donde todo sucedió mientras José descansaba dormido:

"El silencio y el sueño envolvieron al Justo (...). Entonces escuché otra voz de la tierra: «¿Duermes, María?». Una voz muy lejana... Un eco, un recuerdo de la tierra, tan débil que el alma no es tocada. No sé qué respuesta di mientras seguía elevándome en esa columna de fuego, de beatitud infinita, de anticipo de Dios, hacia él, hasta él... ¡Oh!, pero ¿fuiste tú quien nació o nací yo del esplendor trinitario esa noche? ¿Fui yo que te di o tú que me aspiraste para darme? No sé…

Luego vino el descenso, de corazón a corazón, de astro en astro, de nube a nube, dulce, lento, bendito, sereno, como el de una flor que un águila llevó a las alturas y dejó caer y que desciende lentamente sobre las alas del aire (...) y se encuentra en su tierra natal... Mi diadema ¡eres tú! Tú sobre mi corazón…

Sentada aquí, después de adorarte de rodillas, te amé. Finalmente, podía amarte sin la barrera de la carne. Me levanté para llevarte al amor de quien, como yo, era digno de amarte entre los primeros. Y aquí, entre esas dos rústicas columnas, te ofrecí al Padre. Y aquí descansaste por primera vez sobre el corazón de José...

Luego te envolví y juntos te dejamos aquí. Te mecí mientras José secaba el heno en la lumbre y lo mantenía caliente poniéndoselo sobre el pecho. En este lugar, te adoramos ambos, inclinados sobre ti como lo hago ahora, para escuchar tu respiración, para ver a qué sacrificios puede llevar el amor, para derramar las lágrimas que seguramente derramamos en el cielo bajo el efecto de la alegría infinita de ver a Dios.

"Tomado de Los 20 misterios del Rosario en los escritos de María Valtorta- Centro Editoriale Valtortiano, p. 54-55, et de L’Evangile tel qu’il m’a été révélé, 207,2/8 ; 29.7/12 

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