A pesar de que Cristo vivió en la fe (una controversia que no pretendo resolver), la fe de María le precedió. En ella, la larga formación de fe durante los dos milenios del Antiguo Testamento alcanza su perfección. La sólida fe de Abraham llega en ella a su más alto grado. Y Ella se beneficia, en toda su extensión, de toda la Revelación de Moisés y de los Profetas, donde culmina el ascenso heroico de los "pobres de Yahvé" (Is 40-55).
La fe de María alcanzó la madurez necesaria para dar a luz al Hijo de Dios y compartir su vida. Así ha "concebido en su corazón antes que en su cuerpo", como dicen los Padres de la Iglesia y el Concilio. En esto, Ella es el prototipo de la fe: para la Iglesia y para cada alma cristiana que personalmente da a luz a Dios en su corazón y en el mundo.
El fiat de la Anunciación, ese acto supremo de fe, no es, por tanto, una singularidad ajena a nuestra vida. Es el inicio de lo que cada cristiano debe vivir cooperando con el continuo nacimiento de Cristo en la Tierra.
Padre René Laurentin
En Marie, clé du mystère chrétien, Fayard, p. 64-65.