En Italia, un sacerdote exorcista me contó que un día un joven en gran dificultad vino a verle, estaba desesperado. No solamente se sentía físicamente enfermo, sino también espiritualmente atormentado. Se había entregado a prácticas de ocultismo, sin mencionar la droga, el alcohol y otras cosas nocivas.
Pero el sacerdote ocupado en otro caso difícil no pudo interrumpir su trabajo para atender al joven. Sin embargo al verlo en sufrimiento no quiso dejarlo partir desilusionado. Pensó así en la imagen de la Virgen de la Medalla milagrosa de su iglesia. Ella tiene las manos abiertas y de sus dedos brotan rayos que representan las gracias que da a quienes se la piden. Entonces le dijo: « Ve a rezar frente a la estatua viéndola siempre a los ojos. Ella es la Madre, ella te ayudará.»
El joven fue a arrodillarse ante la Virgen y le confió su desgracia, mirándola a los ojos. Enseguida sintió que un gran alivio le llegaba a través de la mirada de la Virgen. Jamás en su vida había sentido tan grande ternura maternal. Lleno de alegría se quedó largo tiempo frente a Ella. Era como si un bálsamo penetrara todo su cuerpo, su corazón, su alma. Cuando salió de ahí se sintió sano y liberado de sus males.