¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hechos 1,14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su Hijo divino, resucitado de entre los muertos? La ausencia de María del grupo de mujeres que van a la tumba al amanecer (ver Mc 16: 1, Mt 28: 1), ¿no podría constituir un indicio de que ella ya se había encontrado con Jesús?
(...) El carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la Cruz, parecen sugerir su participación muy particular en el misterio de la resurrección.
Un autor del siglo V, Sedulio, argumenta que Cristo primero se manifestó a su Madre en el esplendor de la vida resucitada. En efecto, ella, que en el momento de la Anunciación había sido el camino de su entrada en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la Resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así, inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia (cf Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364, CSEL 10, 140s).
Imagen y modelo de la Iglesia que espera al Resucitado y que, en el grupo de discípulos, se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María tuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para disfrutar también ella de la plenitud de la alegría pascual.
Presente en el Calvario el Viernes Santo (ver Jn 19:25) y en el Cenáculo en Pentecostés (cf Hechos 1: 14), fue probablemente testigo privilegiado de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del Misterio Pascual.
Juan-Pablo II, audiencia del 21 de mayo, 1997