En el mes de junio del 2017, en Les Vosges (Francia), donde vivo, estaba sentada al borde del bosque de abetos a lo largo de mi calle, cuando vi llegar un enorme camión de transporte de madera con su remolque. Se detuvo cerca de mí. En la parte inferior de la pendiente y en lo alto, una pila de enormes troncos de abetos cortados. Medían entre 25 y 30 metros de largo. Me gusta contemplar cómo los cargan con la enorme grúa y cómo los acomodan ordenadamente.
El leñador, sentado entre la cabina y el vehículo, solo tiene que pulsar los botones de control. Realiza el trabajo sin cansarse, sin riesgos. Me quedo un largo momento admirando ¡la proeza técnica!
Me decido a marcharme. La descarga no ha terminado. Pasaré entre la orilla de la carretera y el camión… ¡sin tomar ningún riesgo! En el momento en que me levanto, oigo una voz que me dice: “Espera un poco” La escucho sorprendida… y en el instante en que yo debía pasar entre la orilla de la carretera y el camión, la rejilla metálica arrastrando de una vez varios troncos de madera, se abre dejando caer un enorme tronco, exactamente en el lugar por donde yo ¡debía pasar! ¡Hubiese muerto en el acto! Mi medalla Milagrosa de la Capilla de la calle de Bac en París, que llevo siempre alrededor del cuello, ¡me protegió! “¡Gracias Mamá María!”
Testimonio de Danièle M.
(Junio 2017, Vosges)
Fuente: Revista Chrétiens Magazine