El Adviento es un tiempo de privilegio. Nos permite redescubrir el inmenso misterio de la maternidad divina de la Virgen y su papel de Madre en la vida de cada uno de nosotros. Redimidos, solo podemos nacer espiritualmente del mismo seno en el que fue concebido Jesús: el seno Inmaculado de María.
Deseamos entrar en el maravilloso clima de Adviento y experimentar plenamente la gracia propia de este período litúrgico. Estamos invitados a seguir el camino que conduce al Corazón de la Madre de Aquel que esperado, viene, y venido, permanece para siempre con nosotros: de ahí su nombre "Emmanuel", «Dios con nosotros.»
Con María, vamos a Nazaret, y desde Nazaret a Belén. Es un camino pavimentado con gran simplicidad, de gran humildad, con una atención particular a las cosas pequeñas, donde nada se da por previsto, pero donde cada cosa en este camino es una oportunidad para rendir Gracias. Sí, esta ruta tiene el nombre de "pequeñez”, y nadie puede encontrarla si no abandona los caminos tortuosos de la autosuficiencia.
Vivir el Adviento con María, significa entonces convertirse a lo que el mundo desprecia y juzga débil: precisamente, la pequeñez. Jesús, en el Evangelio, habla claramente: "En verdad, te digo, si no te conviertes y te vuelves como niños pequeños, no entrarás en el Reino de los Cielos"(Mateo 18: 3).