El milagro, que sería reconocido por la Iglesia en pocos meses, se produjo el 29 de agosto de 1953, en Siracusa, Sicilia, en el hogar de los jóvenes esposos, Angelo Iannuso y Antonina Giusto. Esta última estaba embarazada de su primer hijo. Ese día y los tres siguientes “lágrimas humanas” brotan de los ojos de la Virgen, representada en un bajo relieve colgado en el muro de su habitación.
La Iglesia acoge la noticia con prudencia. Los expertos, entre ellos un ateo conocido, el doctor Michele Cassola, que presidirá después la comisión científica, asisten al fenómeno de las lágrimas, convirtiéndose en testigos oculares de primera importancia. Químicos, equipados de tubos de ensayo, recuperan el equivalente de un centímetro cúbico del precioso líquido. El 9 de septiembre de 1953, todos los científicos de la comisión firman un informe sobre los hechos, informe que reconoce no poder dar una explicación científica del fenómeno.
El 12 de diciembre de 1953, el episcopado de Sicilia se pronuncia unánimemente en favor de la autenticidad “indudable” del prodigio de las lágrimas.
Actualmente las lágrimas de la Virgen de Siracusa son conservadas en un precioso relicario expuesto en la cripta del Santuario-Basílica Nuestra Señora de las Lágrimas en Siracusa.