Durante la Segunda Guerra Mundial que oponía sobre todo a rusos y alemanes, la noche de la Epifanía en el frente ruso, un soldado enfermero alemán, llamado Karl, deseoso de seguir el oficio del día entró en una capilla, en medio del bosque, ahí encontró a un pope y a su esposa que se disponían a celebrar la misa. Con sus pocas palabras en ruso, Karl se presentó: “Soy religioso franciscano. ¿Puedo servir la misa? “Venga” respondió el pope.
Los tres participantes estaban conmovidos: el azar de una guerra abominable reunía en la Eucaristía, ¡ortodoxos y católicos, rusos y alemanes! Toda la ternura del Cielo inunda tres corazones que no son más que uno en Cristo.
Repentinamente, al final de la misa, unos soldados de La Guardia Roja que habían descubierto a Karl, rodean la cabaña y ordenan al sacerdote: “¡Entréguelo o disparamos!”
Sin inmutarse, el pope, posando su mano sobre el hombro del alemán, explica: “¡Es un religioso franciscano, un staretz!” (los staretz son ermitaños que viven en los bosques rusos en una vida de oración y penitencia) Todo el atavismo de la “Rusia santa” resurge en el corazón de los soldados de Stalin educados en el más puro ateísmo. Con la palabra “staretz” instintivamente los fusiles se bajaron con respeto.
“El staretz vino a rezar conmigo, les pido que lo reconduzcan sano y salvo a las cercanías de las líneas alemanas.” Con un gesto de cabeza, el suboficial obedeció y el joven monje alemán fue escoltado hasta su unidad por los soldados. Estos hechos sucedieron cerca de Orel, a 25 kilómetros de Moscú, Karl es actualmente misionero en Japón, no ha olvidado ese 6 de enero de 1942, festividad de la Epifanía, cuando vivió de cerca la “Rusia santa”.
Véronique Gariel
En Catacombes, enero 1983