Si María disfrutaba de una gran alegría cuando su Hijo vivía físicamente junto a ella, y de tanta alegría cuando ese mismo Hijo después de destruir la muerte resurge de los infiernos; ¿tendría menos alegría, cuando su Hijo ante sus ojos entra en los cielos, con esa carne, que como ella bien sabía, de ella la había tomado?
¿Quién ha afirmado algo semejante? o ¿quién ha creído que su felicidad en ese momento pudiese compararse a todas las alegrías que la precedieron?
Las buenas madres de este mundo tienen la costumbre de experimentar grandes alegrías cuando sus hijos reciben honores terrestres; y esta madre, sin ninguna duda ¡es una buena madre! ¿No se habría alegrado profundamente cuando vio a su Hijo único penetrar todos los cielos con fuerza y dominación, elevándose hacia el trono de Dios Padre todo Poderoso?