Al venir a este Santuario de Guadalupe nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas, y decirle: “Madre, ¿qué puedo aportar yo si soy un iletrado?”.
Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que nos hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación (…).
En la contemplación, escuchémosla una vez más decir: “¿Qué te ocurre hijito?, ¿qué entristece tu corazón?” (cf. Nican Mopohua, 107.118). “¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?” (ibíd, 119).
Ella nos dice que tiene el “honor” de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar bajo su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.
Papa Francisco
Misa en la Basílica de Guadalupe Homilía del Papa el13 de febrero de 2016
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