En la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nuestro agradecimiento sube al Padre que nos ha dado el Verbo Divino, Pan vivo bajado del cielo; este agradecimiento se eleva también con alegría a la Virgen, que ofreció al Señor la Carne inocente y la Sangre preciosa que recibimos en el altar. (…) Ese Cuerpo y esa Sangre divinos, conservan su matriz originaria de María. Ella ha preparado esa Carne y esa Sangre, antes de ofrecérselos al Verbo como don de toda la familia humana, para que Él se revistiese de ellos convirtiéndose en nuestro Redentor, Sumo Sacerdote y Víctima.
En la raíz de la Eucaristía está, pues, la vida virginal y materna de María, su desbordante experiencia de Dios, su camino de fe y de amor, que hizo, por obra del Espíritu Santo, de su carne un templo, de su corazón un altar: puesto que concibió no según la naturaleza, sino mediante la fe, en un acto libre y consciente: un acto de obediencia. Y si el Cuerpo que nosotros comemos y la Sangre que bebemos son el don inestimable del Señor Resucitado para nosotros, lleva también consigo, como Pan fragante, el sabor y el perfume de la Virgen Madre.
Juan Pablo II,
Ángelus del 5 de junio de 1983, en la solemnidad de Corpus Christi