En España en la cárcel de Vitoria, un sacerdote visita a un prisionero y le encuentra tiritando de frío. Es el invierno y el pobre hombre lleva apenas una camiseta. El padre se quita su sotana, su camisa y el jersey y se los da. Ese simple gesto abre el corazón del asesino. El mismo día, Juan José se confiesa. Toda su existencia cambia. Desde su prisión, más tarde escribirá: ¡Bienaventurado el día en que yo entré en esa cárcel! Ahí aprendí a rezar, a llorar mis pecados.”
El 28 de noviembre de 1951 Juan-José fue condenado a muerte. Solo en su célula, se resigna poco a poco. Cerca de su cama tiene un crucifijo y una imagen de la Santa Virgen. Todos los días reza el rosario, hace el Vía crucis y comulga diariamente. Se priva de fumar, de café, de postre y lleva un cilicio al cuerpo.
Una noche ve en sueños a Santa Teresa del Niño Jesús que le promete su intercesión. A inicios de 1953 Juan José obtiene la bendición apostólica del Papa Pío XII. Él pasa su última noche en oración, al día siguiente asiste a la misa y recibe la Eucaristía. Llega la hora final. Juan José se muestra perfectamente calmo. Un testigo dirá: « En las cárceles españolas se forjan santos. »
Voir "Le Sourire de Marie", N° 27, mars 1975