La noche del 10 de noviembre de 1939, tenía como misión reconocer la posición de las tropas alemanas y había salido con tres soldados en dirección del puente por donde sabíamos que los alemanes avanzaban. Yo llevaba en el puño derecho una medalla de N.S. de las Victorias, de la cual no me separaba nunca.
Hacia la medianoche, uno de los hombres iba frente a mí, auscultando el menor ruido. A lo lejos una ráfaga de metralleta nos advirtió que los alemanes estaban en alerta.
Por un momento nos detuvimos y yo vi en el suelo, frente a mí, algo que brillaba, me incliné para ver mejor de qué se trataba. Apenas bajé la cabeza cuando sentí silbar la ráfaga de metralleta, las balas pasaron justo a la altura de donde tenía la cabeza estando de pie. Si no me hubiera agachado en ese instante mismo, seguramente hubiera caído muerto.
Ahora bien, ¿qué era a fin de cuentas la luz que me había llamado la atención? ¡Una medalla de Nuestra Señora de las Victorias! Entonces, me busqué la mía en el puño y vi que no la tenía. Era ella la que estaba en el suelo. Y lo más sorprendente es que la cadenita de la que estaba suspendida, seguía intacta. No se había ni roto ni abierto. La medalla se había desprendido sola.
(Annales de N. D. des Victoires, juin 1967) Recueil marial 1978 (Traducido del francés).