Sin su humildad, me atrevo a afirmarlo, incluso la virginidad de María no hubiera agradado a Dios. ¿Sobre quién reposará mi espíritu? dice Dios, sino es sobre el humilde que ama la paz (Isaías 66,2). Sobre el humilde ha dicho y no sobre el que es virgen, si María no hubiese sido humilde el Espíritu Santo no se hubiera posado sobre ella.
Y si el Espíritu Santo no hubiera descendido en ella no la hubiera hecho fecunda. ¿Cómo hubiese podido María concebir sin la presencia del Espíritu?
Así queda claro: que para que ella conciba del Espíritu Santo, como ella misma da fe: Dios se fija en su humilde sierva” (Lucas 1,48) más que a su virginidad: y si ella agradó por su virginidad, es, sin embargo, por su humildad que concibió.
Resulta evidente que si por la virginidad, también agradó a Dios, es sin ninguna duda a la humildad que lo debe la concepción.