Cada uno de nosotros se hace la pregunta del nacimiento de Dios en nuestro interior. A cada instante el Ángel nos interpela y constata que el Señor está con nosotros, que nos ama no importa quienes seamos o lo que hayamos hecho. Pero esto no se detiene aquí.
Dios bendice también el fruto de nuestras entrañas, lo que producimos y lo que creamos. La mayor cosa extraordinaria del mundo es que el hombre participa en la creación divina. La más grande blasfemia y causa de desdicha es impedir a la fuerza de la creación individual renovarse.
Si respondemos con un « si » a la invitación de Dios, Él hará crecer lo que poseemos en germen, Él mismo crecerá en nosotros, se hará intimo o aun más intimo en nuestro ser, para hacer surgir nuestra verdadera personalidad, que se esconde bajo las mascaras y las heridas que la vida del mundo nos ha impuesto; ya que nuestro verdadero yo es como una semilla sumergida profundamente en nosotros.
Cuando aceptamos como María a Cristo en nuestra vida, le permitimos actuar y desarrollar un modo de existencia que no se limita a nuestro mundo temporal sino que se inscribe desde ahora en la Eternidad.