María y José llevan a su hijo a Jerusalén, al Templo, para presentarlo y consagrarlo al Señor como prescribe la ley de Moisés (…) El «sí» de María a la voluntad de Dios, en la obediencia de la fe, se repite a lo largo de toda su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz(…)
¿Cómo pudo María vivir este camino junto a su Hijo con una fe tan firme, incluso en la oscuridad, sin perder la plena confianza en la acción de Dios?
Hay una actitud de fondo que María asume ante lo que sucede en su vida. En la Anunciación ella queda turbada al escuchar las palabras del ángel —es el temor que el hombre experimenta cuando lo toca la cercanía de Dios—, pero no es la actitud de quien tiene miedo ante lo que Dios puede pedir.
María reflexiona, se interroga sobre el significado de ese saludo. María entra en íntimo diálogo con la Palabra de Dios que se le ha anunciado; no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio.
Papa Benedicto XVI: Catequesis de la Audiencia General del 19 de diciembre del 2012