Descubramos un factor decisivo que une a María y José: ambos viven la obediencia de la fe que los apremia a ensanchar sus horizontes y a consentir a un designio que da una orientación nueva a sus vidas. La búsqueda de la voluntad de Dios puede deparar sorpresas, quizá obligue a redefinir papeles, pero podemos dar por seguro que compacta la unión. Estar bien con Dios une.
Años más tarde el "niño" se queda en Jerusalén. María y José no caen en una tentación fácil de la vida en pareja: la de reprocharse uno a otro el problema que se ha creado; tal recriminación mutua no remedia nada y genera un nuevo problema. José y María buscan juntos y sufren juntos: «Hijo -dirá María a Jesús- ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos angustiados» (Lc 2,48). Ambos esposos viven una intensa comunión de sentimientos.
Hay, en fin, un nuevo motivo que crea unión: el ejercicio compartido de la misión. Tras encontrar a Jesús en el templo, bajaron a Nazaret, y Jesús «siguió bajo su autoridad» (Lc 2,51). Hasta la mayoría de edad, vivirá bajo una autoridad que – como dice la etimología de la palabra – "hace crecer". Es que sólo sabe mandar quien ha sabido obedecer. Y nosotros lo hemos visto, María y José sabían obedecer.
Pablo Largo Dominguez
Tomado de María, microcosmos de relaciones,
Ephemerides Mariologicae, ISSN 0425-1466, Vol. 57, Nº. 1, 2007, p. 67-100