Un día yo escuchaba la misa: y en el momento de la elevación, en el momento en que los asistentes se arrodillan, mi espíritu se embelesó: la Virgen se apareció diciéndome “Hija, amadísima de Dios y mía, mi Hijo ya ha venido a ti y tú has recibido su bendición.”
Me hizo comprender que su Hijo estaba sobre el altar después de la consagración de la hostia. Escuché lo que nunca había escuchado, escuché una nueva y absoluta alegría. En efecto, la alegría que resulta de las palabras escuchadas fue tal, que si me decían: “¿Existe una creatura que la pueda expresar con una palabra cualquiera?” Yo respondería: “No lo sé y no lo creo”.
La Virgen hablaba con gran sencillez y ponía en mi alma un sentimiento nuevo de dulzura desconocida (…) La Virgen María agregó: “después de la visita y la bendición del Hijo, es conveniente que recibas la de la Madre. Sé bendecida por mi Hijo y por mí. Que tu trabajo sea de amar en toda la medida de tu fuerza, ya que tú eres muy amada (…)” Supe entonces que, para abrazar un alma, no hay abrazo semejante a la presencia de Cristo.
Santa Ángela de Foliño
Livre des Visions et des Instructions, (Libro de Visiones e Instrucciones) Capitulo 39: María