El mundo era indigno –dice San Agustín– de recibir al Hijo de Dios directamente de manos del Padre, quien lo entregó a María para que el mundo lo recibiera por medio de Ella. Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María.
Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido su consentimiento por medio de uno de los primeros ministros de su corte.
Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura creatura era capaz de recibirla, para que pudiera engendrar a su Hijo y a todos los miembros de su Cuerpo místico.
Dios Hijo descendió al seno virginal de María como nuevo Adán a su paraíso terrestre para complacerse y realizar allí secretamente maravillas de gracia.
« Este Dios-hombre encontró su libertad en dejarse aprisionar en su seno; manifestó su poder en dejarse llevar por esta jovencita; cifró su gloria y la de su Padre en ocultar sus resplandores a todas las creaturas de la tierra para no revelarlos sino a María. » (…) Ella le da el pecho, lo alimenta, lo cuida, lo educa y sacrifica por nosotros.
San Louis-Marie Grignion de Monfort
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santa Virgen, cap, § 16,17, 18