Desde siempre, las Iglesias de oriente celebraban la pureza original de María en la festividad de “la Concepción de la Santa Madre de Dios” o, más exactamente la festividad de la concepción de María en el seno de Santa Ana.
Los latinos la adoptaron progresivamente a partir del siglo X, pero San Bernardo, San Buenaventura, así como Santo Tomás de Aquino, rechazaban aceptar esta “Inmaculada Concepción”. San Juan Duns Scot fue el primero en hacerla triunfar y fue expulsado de la Sorbona de París. Los Papas intervinieron varias veces a través de los siglos para imponer silencio hasta el día en que Pio IX la definió como un Dogma de fe, en 1854:
“Desde el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio único de Dios Todo Poderoso, la bienaventurada Virgen María fue preservada del pecado original. Como el primer día de la Creación cuando Adán y Eva salían de las manos del Creador, la madre de su Hijo estaba ahí, minúscula célula humana con un alma santa. Es así como Ella se convirtió en la gloria de nuestra naturaleza pecadora”.