En Colombia, en el siglo XVIII, María Meneses de Quiñones, descendiente de caciques indígenas de Potosí, solía caminar la distancia de seis millas y un cuarto que separaban su villa de otra llamada Ipiales. Un día de 1754, cuando se acercaba al puente del río Guáitara, en un sitio llamado Las Lajas (piedras planas y lisas), se desató una terrible tormenta. María muy asustada, se refugió en una cueva al lado del camino. Sintiéndose sola, comenzó a invocar a Nuestra Señora del Rosario, cuyo patrocinio era popular en la región gracias a los Dominicos. De pronto, sintió que alguien le tocó la espalda, se volteó, pero no vio nada. Días después, regresó a Ipiales, llevando en la espalda a su hijita Rosa, que era sordomuda. Cuando llegaron a la cueva del Guáitara, se sentaron sobre una piedra. En seguida, la niña se bajó de su espalda y comenzó a subir por la cueva, exclamando: "¡Mami!, ¡Aquí hay una señora blanca con un niño en sus brazos!" María estaba fuera de sí, por primera vez su hija hablaba. Y, más aún, no veía por ninguna parte a quienes la niña describía. Muy nerviosa, la tomó y se fue con ella para Ipiales. Allí contó a parientes y amigos lo sucedido, pero nadie le creyó. Entonces, arregló sus asuntos en Ipiales y regresó a su casa en Potosí. Cuando pasó frente a la cueva, Rosa gritó: "¡Mami! ¡La señora blanca me está llamando!"María no veía nada. Asustada, se apresuró a llevarse a la niña lejos de allí. En casa, otra vez relató a sus amistades lo ocurrido. Muy pronto la región entera supo del misterio de la cueva, la cual todos conocían, pues quedaba al pie de un camino muy transitado.