Toda la catedral de Toledo, cuya terminación se produjo en 1493, es un Santuario Mariano, pues está dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. Honrada por haber oficiado en ella el Santo Arzobispo Ildefonso (607 - 667), a ella va unida la antigua tradición según la cual una noche, mientras el piadoso metropolitano de la ciudad oraba en el templo, la Virgen María bajó del cielo para premiar al Obispo por la defensa que había hecho de la virginidad de Nuestra Señora, regalándole una espléndida casulla, para que se vistiese con ella cuando dijese misa en sus festividades, que se conservó durante varios siglos entre las reliquias de la Cámara Santa. En la misma catedral se muestra la piedra donde puso sus pies la Virgen, en la capilla donde se encontraba el altar mayor en la primitiva basílica. Cuando los moros se acercaron a la ciudad de Toledo los cristianos escondieron a Nuestra Señora en la misma catedral, dentro de un pozo seco, hasta que, una señal prodigiosa dio a conocer a los toledanos la existencia de su antigua y casi olvidada imagen. Era, pues el caso que a la misma hora en que la Virgen se había aparecido a San Ildefonso, en tiempo de Recesvinto, se veía una y otra noche un extraño resplandor sobre un punto determinado de la catedral, el mismo en que hoy se levanta la magnífica capilla. Llamó la atención y llenó de asombro al clero y al pueblo aquel singular fenómeno, y como se repitiera con tanta constancia juzgaron que debía indicar algo extraordinario, y, en efecto, fijándose en la parte más iluminada, empezaron a cavar y hallaron, a no mucha distancia, un hueco subterráneo y dentro de él la imagen de la Virgen. El hallazgo produjo gran entusiasmo en todo el pueblo de Toledo, que volvía a verse de nuevo bajo el patronato de su antigua Virgen que por tradición conocía, y, en prueba de su devotísima adhesión y reverencia, la colocó en el altar mayor.