A partir de ese momento, su mirada, siempre rico de un asombro de adoración, no se desprenderá nunca de Él. Este será, a veces, una mirada de interrogación, como en el episodio de la pérdida en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lucas 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en la intimidad de Jesús, hasta percatarse de sus sentimientos ocultos y adivinar su elección, como será en Caná (cf. Juan 2, 5). En otras ocasiones, será una mirada dolorosa, sobre todo al pie de la cruz, donde de cierta manera se trata todavía de la mirada de "una mujer que ha dado a luz" porque María no se limitará a compartirla pasión y la muerte del Hijo único, sino que acogerá en el discípulo bienamado el nuevo hijo que le será confiado (cf. Jn 19, 26-27).