Era el 16 de noviembre de 1866. Ese mismo día, Don Bosco debía pagarle cuatro mil francos a los contratistas y no tenía un céntimo. Desde en la mañana, el ecónomo de la casa había acudido a los benefactores pero apenas había podido colectar mil francos. Después de cenar Don Bosco tomó su sombrero y salió esperando que la Divina Providencia le abriera alguna puerta. Tras algunas vueltas al azar, se encontró frente a la estación. Se detuvo, no sabía por dónde seguir. De repente, un empleado de librea lo aborda: "Señor Abad, por casualidad no es usted Don Bosco? - Sí, ¿en qué puedo servirle? - Mi patrón le ruega que vaya a verlo. - En seguida voy. ¿No es muy lejos? - No, es aquí mismo, al final de la calle. - ¿Y ese hotel es suyo? - Sí Señor, es inmensamente rico; podría hacer algo bueno por su iglesia. Entraron en una habitación muy hermosa donde un señor de edad estaba acostado, quien se mostró muy contento al ver a Don Bosco. - " ¡Padre, necesito sus oraciones! - ¿Desde cuándo está enfermo? - Hace tres años que no salgo de esta cama y los médicos no me dan ninguna esperanza. Si obtengo algún consuelo, le daría con gusto una ofrenda para sus Obras. - Esto me viene muy bien. Tenemos necesidad de reunir hoy mismo tres mil francos para la iglesia de María Auxiliadora. - ¡Tres mil francos! Ni lo piense Padre. Si fueran algunos cientos, podría considerarlo, pero tres mil?. - ¿Es demasiado? Entonces, no hablemos más, dijo Don Bosco. Se sentó y se puso a conversar tranquilamente sobre un asunto político.