«A mi llegada a la estación de Angers, fue mi madre la primera que vino a mi encuentro. Ella se arrodilló en el suelo diciendo: « ¡Señor, no es cierto, nosotros no merecemos tanto!» Luego, yo misma fui a encontrar a mi marido. Cuando él me vio llegar, a paso rápido y seguro, retrocedió y retrocedió hasta su coche y me quedaba viendo estupefacto. Yo quería contarle todo al mismo tiempo y él lloraba estremecido y me advertía: "Cállate, te vas a cansar, te vas a enfermar" y yo reía y reía mientras le decía: "!Ya todo terminó, estoy curada, no lo comprendes, estoy curada! Pero mi marido lloraba cada vez más. « !Siento tanta vergüenza! Necesité de un milagro!» ¡Qué cambio en nuestras vidas! ¡Amar al Señor juntos, orar juntos cada día, encontrar una vida nueva! ¡Hace falta sentir la muerte muy cerca para comprenderlo. Jamás olvidaré esa primera misa de domingo juntos, algunos meses más tarde, esa primera vez cuando comulgamos uno al lado del otro, mi alma desbordaba de reconocimiento y de amor!