Las lágrimas de la Madre de los Dolores llenan las Escrituras y desbordan a través de los siglos. Todas las madres, todas las viudas, todas las vírgenes que lloran no agregan nada a esta efusión que bastaría para lavar los corazones de diez mil mundos desesperados. Todos los heridos, los desnudos, los oprimidos, toda esta procesión dolorosa que llena de atrocidades los caminos de la vida, caben en los pliegos del manto azul de Nuestra Señora de los Siete Dolores. Todas las veces que alguien estalla en llantos, en medio de la multitud o en la soledad, es ella misma que llora, porque todas las lágrimas le pertenecen en su condición de Emperatriz de la Beatitud del Amor. Las lágrimas de María son la Sangre misma de Jesucristo, esparcidas de otra manera, como su compasión fue una suerte de crucifixión interior para la santa Humanidad de su Hijo.