Irlanda y Hungría. Dos países mártires que a través de los siglos han sufrido por su fe y luchado por su independencia. A pesar de las numerosas persecuciones, los magiares y los irlandeses han conservado su amor indefectible por la Madre de Dios. La confianza que Irlanda ha depositado en Nuestra Señora no ha sido decepcionada. Y tampoco la de Hungría que en la dura prueba por la que atraviesa guarda en su corazón la esperanza de días mejores. María comparte sus sufrimientos con sus hijos. El hecho siguiente es una prueba. En la catedral de Gyor, el pueblo cristiano venera una Madona irlandesa. Ese cuadro que representa a la Virgen en el pesebre fue llevado a Hungría en 1650 por un obispo irlandés que había conseguido escapar a la persecución de Cromwell. El 17 de marzo de 1697 en la misa de las 6 de la mañana a San Patricio, patrón de Irlanda, cuando la persecución religiosa llegaba a su grado máximo en Irlanda, la Madona se puso a llorar lágrimas de sangre durante tres horas. Todavía se conservan en Gyor las deposiciones firmadas por testigos oculares de ese milagro, especialmente la del burgomaestre, la del comandante militar, la del gobernador, la de los ministros calvinistas y luteranos y la se conservan del rabino de la ciudad. Desde entonces, el culto de la Madona irlandesa se mantuvo en Hungría y una gran multitud viene a venerar sobre todo durante las fiestas de San Patricio y de la Ascensión la imagen suspendida sobre el altar mayor de la catedral.