La tradición dice que los tres habitantes de la santa casa de Nazaret casi nunca hablaban. El dulce intercambio que nos podemos figurar como una parte de la vida de la Sagrada Familia tiene lugar en nuestra imaginación, pues no existieron. Ahí reinaba un silencio más profundo que la soledad de los Cartujos donde el viento de los Alpes gime en los corredores y estremece las ventanas desvencijadas, mientras todo lo demás guarda un silencio sepulcral. Las palabras de Jesús eran raras. Por eso María las conserva en su corazón, pues igual que un tesoro, eran tan raras como preciosas. Si reflexionamos, veremos que no podía ser de otra forma. Dios es silencioso.