Feliz es María a quien ni la humildad ni la virginidad le faltan. Qué virginidad, la que la fecundidad ha vuelto resplandeciente; qué incomparable fecundidad la que la virginidad y la humildad acompañan. Tú que eres casado, respeta la pureza en una carne corruptible, y tú, virgen consagrada, admira la fecundidad en una Virgen. Admiremos todos, la humildad de la Madre de Dios. Ángeles, santos, honrad a la Madre de vuestro Rey, vosotros que adoráis al Hijo de nuestra Virgen, que es al mismo tiempo nuestro rey y el vuestro. A ese Dios humilde rindámosle unos y otros honor y gloria en su grandeza, por los siglos de los siglos.