Un Dios sometido a los hombres, un Dios a quien los ángeles mismos están sometidos, y a quien los Principados y las Potencias obedecen, él mismo sometido a María, y no solamente a María, sino también a José por María. Cualquiera sea el lado por donde se vea, hay razones para sentirse sacudido de admiración, el único inconveniente está en saber ¿qué merece ser más admirado, la adorable condescendencia del hijo o el honor supremo de la madre? De los dos lados hay un mismo motivo para estar sorprendido. Por un lado que Dios esté sometido a una mujer, es un ejemplo de humildad sin precedentes y por el otro que una mujer mande a Dios es un honor que nadie comparte con ella. Cuando se cantan las alabanzas a las vírgenes, se dice que ellas siguen al Cordero por donde va (Ap. XIV,4). ¿Cuál será entonces la gloria de la que le precede?