Comencé primero a decirla interiormente, después a media voz:"Dios te salve María"; mi desolación era extrema. Mi niña sobre la mesa completamente rígida, daba la impresión de estar "clavada". Pensé en el crucificado "clavada como Jesús en la cruz". El doctor me previno que debía preparar el vestido para la niña. Yo estaba en un estado de angustia que no podía articular palabra, sólo el "Ave" entrecortado de Padrenuestros y de invocaciones: "Salva a mi hija". Me aferraba al "Ave María" como a única tabla de salvación. Fue entonces que en espíritu seguí el vía crucis (que me había impresionado cuando hice el catecismo). Veía a Jesús flagelado, caer sobre el camino pedregoso. Estaba tan concentrada que me parecía oír una mujer que lloraba y me decía: quién puede llorar así si no una madre que ve morir a su hijo. Y reviviendo en mi pensamiento la escena del Calvario, comprendí el dolor de María, crucificada junto con su Hijo, pero aceptando de entregarlo por la salvación de los hombres. Yo no hubiese dado mi hija para salvar una sola vida. Comprendí que María lloraba por mí, por mi niña, por todos nosotros, y que ella intercedía con la fuerza de sus lágrimas. Entonces comprendí mi propio sufrimiento para decirle a Jesús: "Señor, ten piedad de tu madre".