¿En qué pensamiento el evangelista ha tratado de entrar, a través de la Anunciación, con el detalle de los nombres propios? Sin duda es porque quiere que le acordemos a su relato un interés igual al que él mismo le da. En efecto, nos los da a conocer con nombres propios: el mensajero enviado por el Señor, el Señor que lo envía, la Virgen a la que fue enviado, y el nombre del novio de la virgen, de quien va a decirnos la familia, la ciudad y el país. ¿Por qué ha sido así? ¿Actúa sin tener un motivo? Seguro que no. Si bien es cierto que la hoja de un árbol no cae sin el permiso del Padre que está en los Cielos (Mateo, 10) yo no puedo creer que haya salido ni una sola palabra inútil de la boca de un evangelista, sobre todo en el relato de la santa historia del Verbo. No, no lo puedo creer. Todos esos detalles están llenos de misterio divino y desbordantes de dulzura celestial, si encuentran un oyente diligente que sepa libar la miel que brota de la roca y probar el aceite excelente que recogemos en los lugares pedregosos.