Bernadette era la mayor de varios hermanos. Por la condición humilde de sus padres, vivían en un viejo sótano en un molino extremadamente húmedo y miserable. Su padre era de oficio molinero. Su madre era una mujer piadosa que trabajaba de costurera. Desde muy pequeña, Bernardita vivió con una salud delicada, debido a la falta de alimentación, y al lamentable y pobre estado de la habitación donde residía. En la niñez sufrió la enfermedad del cólera que la debilitó sumamente para luego contraer asma. El clima y el ambiente no favorecían su condición delicada. Entre las monjas, Bernadette sufrió no solo por su mala salud, sino también porque la Superiora no creía en sus enfermedades. Bernardita sufría de un tumor en la pierna. Pero no cejó en su trabajo, se dedicó a ser enfermera y sacristana por nueve años, hasta que no pudo más por los agudos ataques. Poco antes de morir, Bernadette le escribe una carta al Santo Padre para que le enviara una bendición. Gracias a la ayuda de un Obispo que había llevado su petición a Roma, Bernadette recibe la bendición del Papa y un crucifijo de plata como regalo; era el 15 de abril de 1879. Al día siguiente, el 16 de abril de 1879, a los 35 años, murió. En 1909 su cadáver fue desenterrado y hallado en perfecto estado. El año de su beatificación, efectuada el 12 de junio de 1925, se realizó una segunda exhumación del cuerpo, el cual seguía intacto (incorrupto) y fue trasladado a una habitación y depositado en un ataúd de cristal, ahí los visitantes pueden todavía hoy ir a verla y pedirle ser curados.