María pertenece a esa parte del pueblo de Israel que en la época de Jesús, esperaba de todo corazón la venida del Salvador. Y a partir de las palabras, de los gestos señalados por el Evangelio podemos ver cómo vivía realmente penetrada de la palabra de los Profetas, en la espera de la venida del Señor. Sin embargo, ella no podía imaginarse cómo esa venida iba a realizarse. Tal vez esperaba una venida en la gloria. Por eso sería más sorprendente para ella el momento en que el Arcángel Gabriel entra en su casa y le anuncia que el Señor, el Salvador, deseaba encarnarse en ella y de ella, realizar su venida a través de ella. Podemos imaginarnos la emoción de la Virgen. María en un gran acto de fe y de obediencia, dice sí: «Heme aquí, yo soy la sierva del Señor.» De esa forma se convierte en la «morada» del Señor, verdadero «templo» y «puerta» a través de la cual el Señor va entrar a la tierra.