El Señor presente cuando ella salía de su cuerpo, proclama así sus alabanzas: «Tú eres toda belleza, mi madre, sin mancha. Tú eres bella, bella en tus pensamientos, bella en tus palabras, bella en tus intenciones, bella desde tu nacimiento hasta la muerte, bella en la concepción virginal, bella durante el parto, bella en la dignidad de mi pasión, e incomparablemente bella en el destello de mi resurrección. ¡Levántate, mi amiga, mi paloma, mi bella, mi inmaculada, y ven! Ya se terminó el invierno de mi ausencia, la lluvia de tus lágrimas se ha detenido. El sol está de regreso, las flores angélicas aparecen para ti. Tu voz, castísima paloma, ha sido escuchada. El momento de tu Asunción ha llegado.»